lunes, 30 de abril de 2012

Donde nos aguarda la Loca de la casa de Rosa Montero


Donde nos aguarda La loca de la casa de Rosa Montero
Diana Ferreyra

Dicen que un loco dice la verdad, hasta confesarnos eso que resguarda en un cajón con candado. Desde que La loca de la casa nos abre la puerta, declara esas cosas que cree inventar y Roland Barthes aparece en su justificación: «toda autobiografía es ficcional y toda ficción es autobiográfica». Todo es parte de la imaginación, inclusive los personajes involucrados en la narración. Lo bueno es que no nos toca psicoanalizar, sino acompañarla. Pero esta loca, vaya, sí que le gusta saturarnos de sus vivencias y de su paranoia por leer sin saciarse.
El recorrido empieza con las ventanas y narraciones que recuerda, desde el breve cuento de Oscar Wilde, “El gigante egoísta, que leyó en su niñez y de allí empezó con la compulsiva carrera de lectora —incluyendo la de escritora—, hasta involucrarse con la vida de algunos autores citados, dando a conocer la locura que los encerró. Esta enfermedad contagiosa elige a los genios o a los que sufren de esquizofrenia aún no detectada, como el caso de Robert Louis Stevenson y su doble personalidad, la que compartió con su «diamon» —descubierta por Kypling; o la presencia del «duende verde» para los futuros consumidores de brebajes que lo ven, como la mayorías de los escritores lo hace— misma que le inspiró para escribir El extraño caso del Dr. Jekyll y Mir. Hyde; o el Quijote, llevar su locura a los confines, y ya en su lecho de muerte Sancho Panza intentó comprenderlo, algo imposible para una criatura regida a partir de su conciencia, y que tampoco pudo comprenderlo el mismo Cervantes Saavedra por no haber podido escribir más hazañas de su personaje. Le exigía hasta la dignidad de su pérdida de cordura, tanto, que la memoria del Quijote superó al del escritor.
La locura, si bien, en la casa de la loca acecha, el personaje de Rosa Montero la padece, como todo autor es afectado y afectivo: si no, de nada serviría escribir. La lectura paranoica llega, y el oficio de escribir la acompaña, agregando «la loca» idea de inventar un amorío en tres distintas versiones. La primera trata de un desplante pasional por parte de Rosa y del personaje M., el amante. La segunda versión fue trágica por una enfermedad extrañísima del amante, concluyendo su destino en la mediocridad. Por última, la tercera versión es la que pudiera ser biográfica y a la vez la más fantástica: volverse a encontrar luego de veinte años sin verse, sin que nadie los separara en la noche, después que M. saliera con Mariana, la hermana de Rosa Montero, y ella a la vez dejara por unos días a su pareja. Decimos que la invención o creación de un escritor es parte de la literatura y como la literatura es un pretexto, la locura también. Se atrevió a inventar un amorío con un famoso actor y anónimo M. desde crear besucones, miradas, ausencia de buenas charlas y el anhelo de verse, hasta la súplica de olvidarse mutuamente. Es parte del delirio que suscitan los amores fracasados, inventados. Nadie hace caso al dolor, solo el quien lo vive.
Al principio puede considerarse pedantería y presunción el considerarse como la “genialidad de su hogar” o su papel central como “escritora”; posteriormente se va convirtiendo en esclava de su oficio. Intenta salirse, pero es imposible. Derrocha la genialidad, la vive, la respira y se sienta esperando controlarla por medio de la racionalidad. Nunca lo ha logrado. Llega a la resignación y se define como la curiosa e intranquila de la casa, y sin darnos cuenta, ya nos tiene en el comedor para invitarnos un café mientras nos creemos la veracidad de sus novelas. Entonces ya es inútil pensar en Barthes.


Montero, Rosa (2006). La loca de la casa. España: Punto de lectura.  

domingo, 29 de abril de 2012

La que se hizo azteca


A Cristhian. 

            Siéntate aquí, debemos hablar.

            Y el psicoanalista me veía con ojos íntimos y algo despreciativos. Me senté, pero no hice caso en dónde. Seguí viendo hacia arriba. Su ropa crujía en el suelo que era de madera, por algo allí se escondían los alacranes y otros insectos.
            Cómo has estado | Bien, dije con la misma sonrisa fingida que pude entregar | Qué historia me cuentas hoy | Cuál historia, decía yo | Como las que cuentas | Sabes, es que son reales. Hace unos momentos estuve platicando con Cóyotl y me dijo que debía volver. Mi mayor culpa es no ser azteca.

            Y se volvió en sí mientras echaba los hombros hacia atrás. Entendía que no concebía lo que intentaba decir.
            Si le conté que tenía un marido llamado Cóyotl, verdad. Significa “coyote”, es decir, tan veloz que nadie lo puede seguir. Me dijo que su pueblo fue atacado por unos hombres que se hicieron pasar por sabios, sobre todo uno, que prometió ser Quetzalcóatl. No sé por qué hasta él mismo les creyó: fue engañado como los demás. Hace unos minutos vino, y el torbellino que lo trajo hasta a mí impidió que pudiera platicar con él de acuerdo a lo nuestro. Quiero que estés conmigo, aquí adentro, y puso mi mano en su pecho, junto al corazón. Debo seguir en la lucha. Ya mataron a mis padres, ahora me toca defender a mis futuros hijos, y se fue. Y con las ropas ensangrentadas me cubrió antes de retirarse, le lavé la cara y le curé algunas heridas. A lo lejos vi cómo se abalanzaban los guerreros hacia los propios españoles. Siempre he dicho que mi raíz se murió desde que los españoles extinguieron gran parte de los aztecas, y lo peor del asunto es que no puedo ser como ellos: no sé hacia dónde irme.
>>Me encontré en una de las calles y supe que el metro ya no era la cola de los guerreros. Por poco una persona me empujaba hacia las rieles. Le menté, como cualquier mexicano debe hacerlo y me sumergí en la boca de ese objeto volátil. La gente era igual, solamente que estaban asustados al verme con las ropas ensangrentadas. Más de uno me ofreció su asiento pero como mujer le dije que mejor lo guardara para algunos de los hijos, los que no iba a tener con Coyótl. De nueva cuenta, sumergí y me hallaba ahora al frente de una casa que estaba incendiándose. Era la de uno de los españoles. Cóyotl apareció y me dijo que la quemó, luego que los españoles se metieron en la ceremonia donde más de uno decapitado quedó.
Debes cuidarte amada. Quién sabe cuántos sobrevivan | Quiero ir contigo… | No, negó con paciencia, debes estar aquí, al cuidado, y regresé al metro donde había pasado a Iztapalapa. Debía bajar, para matarme creo, o si no para visitar a mi madre que aún vivía allí. De nueva cuenta, caminé y la gente se me quedaba viendo al verme enferma. Me senté en las escaleras para identificar a dónde debía seguir y me di cuenta que un hombre llamado Fernán se acercó. Abrí los ojos y ahora Hernán Cortés caminaba hacia a mí. Cóyotl lo detuvo. Pero Fernán me estaba siguiendo, y no quería verlo.
Y quién es Fernán, me interrumpió el psicoanalista | Un martirio.

Si alguien me quería seguir debía comerme los papeles que tuviera para que no me quitaran los objetos de valor, como me recomendó Cóyotl. Lo hice. Subí hacia una de las calles con azotea calva y comencé a devorar los papeles, incluyendo dinero. Fernán iba con pasos aligeradamente fuertes y me venía a visitar con la misma violencia, pero qué hacía cuando éste tipo quería abusar de mi presencia. No sé por qué su madre jamás lo detuvo. Y Cóyotl, cuando el enemigo aparecía, alzaba sus brazos y le clavaba el arma hacia el pecho hasta quitarle el corazón. Más de cinco veces quiso hacerlo. Corrí y me encontré donde mismo. No permita que vaya a seguirme el Fernán. Es un enfermo mental. Hoy mismo escapé luego de los golpes y le dije que Cóyotl conmigo era maravilloso y no tengo miedo de él mismo. Escucha doctor, escucha doctor los pasos aligerados de Fernán | Algo escucho, me respondió el psicoanalista | Es él. Dijo Cóyotl que iba a venir por mí para defenderme. Pronto me convertiré en azteca, y ambos nos condenaremos en uno solo, sin tocarnos las bocas sabemos que nos necesitamos mutuamente. No diga que estuve aquí.

Y de un torbellino de céfiro con plumas en los alrededores apareció Cóyotl que sujetaba a la chica. Ella sonrió al verlo y subió a un escalón invisible para alcanzarlo. Fernán, mejor dicho el que iba a inyectarle apareció. Vio al psicoanalista mirando hacia arriba.
Temo que esta chica no pertenece ni aquí ni allá, por no ser azteca | Desde años ha querido serlo. Será mejor dejarla en paz. Le encanta jugar con las cosas.

Pero el psicoanalista descubrió que la chica tenía razón, así que prefirió irse de la clínica y despedirse. Para poder hallársela nuevamente, comenzó a devorarse los papeles que tenía, incluyendo el dinero: así fue. 



  

sábado, 28 de abril de 2012

Verso Vacío.


No puedo seguir. Ya siento en el ánimo de quien lea esto ese desprecio tolerante que suscita el que cuenta cosas que sólo a él interesan. Veo escritas, escritas por mí, esas frases cuyo recuerdo todavía me estremece, y que sin embargo se quedan desnudas, dulzonas, porque no tienen ya, ni puedo lograr que tengan al escribirlas, eso que las hacía respetables y conmovedoras…
Josefina Vicens (El Libro Vacío)

69
Apología para el lector:
Inalcanzable (nos arrima en ciertos papeles) |
    semidios | omnipresente en nuestra labor |
          jornalero | entusiasta por recitarnos |
                equivocado precursor de la pintura |
      analista      |   escribano |
   poetilla ‘malentonador’ de  rimas asonantes |
     se sienta a nuestro lado mientras está ocupado |
                  (dormitorio    | bacinica    | restaurante    | café    |
                   y otros patios que tanto le encanta divagar)
          llorón |       criticón |      enfermo de su pensamiento |
                 idóneo | nacionalista | noble con sus hermanos |
                          lector         |         lector mío |
                    sin usted | no sería lo que me ha dado |
                    un lugarcito (pegado a la pared) de su colección
                    Papel reciclado.

jueves, 26 de abril de 2012

Dibujo.


Hola. Hace días que no he podido publicar algo aquí debido a que me metí a un curso de ilustración, impartido por Julián Cicero (si desean buscar su trabajo, es muy interesante y creativo, con buenas ideas). Aquí está el resultado de ese esfuerzo: ahora me pusieron a dibujar. Mientras dejo esta ilustración. Adivinen quién es. ¡Saludos!

miércoles, 18 de abril de 2012

Pretexto



Y si en la mañana se pudiera escribir
        el anciano tomaría jugo de aves |
 para luego meterse los murciélagos
                                 en sus bolsillos.
Y si en la mañana no se pudiera escribir
         el anciano comería gorgonas inventadas |
        para luego coserse el grafito
                                      en sus bolsillos.
Pero si en esa mañana empezaría a morir
               tendría la laringe seca
                                                  y una cruz diagonal tres veces

                     tres veces suyo
                     tres veces tuyo
                     tres veces…yo

       y sería un delincuente
              matando sílabas en continentes
                     para volverse carne:
        la carne cuando volvió
                                             nunca fue.

Si el anciano grita ¡bam!
y se hacen los corderos.

Si el anciano grita ¡shut!
y se mueren los filos.

Si el anciano grita ¡dah!
y comienza el escrito:
estigma y juana
la misma pirámide
junto con laureles
juana y estigma
junto con una pirámide
los mismos laureles

juana y verde
ostras metidas en la concha
como si fuera infierno
juana y verde
concha metida con sus ostras
infierno como si fuera.

Y si en la mañana se pudiera escribir
         perpetuarían los semáforos:
                                                      se estancó su poesía.
                                            Vomita sílabas
pero son únicamente cacofonías |
                        se esconderían los rojos
                                      dentro de una cueva.

Y si en la mañana se pudiera escribir
                    será el gran pretexto… ¡shhhhhh!



el gran pretexto para morir.

martes, 17 de abril de 2012

Otra vez





La calle se rompe en dos
partes: la mar y el suelo.
La calle sin mar tiende
a ahogar los policías y
ratones. El suelo quita
a los pescados y moscos.
La calle se rompe y
yo me voy construyendo
otra vez.

domingo, 15 de abril de 2012

Las horas





Son las horas a veces corriendo
aullando o gritando. Se desesperan.
Quieren huir del tiempo.
A veces se sujetan
y el hilo se rompe antes de permanecer
en silencio.
Las horas se destinan.
Suelen despintarse
en un museo    o también aquí.
Se hincan por los viejos tiempos
               aún no transcurridos.
Prefieren callarse   
incluso como la hora trece o catorce
se cosen la boca  para evitar la comida
y el diecisiete se rompe las muñecas
para no ver la ciudad destruida.
                        Se impacientan.
Paren de tres o cinco mil hijos al minuto
y no se sacian con sus ojos
o con sus dedos. Imaginan
sus vidas   perfectas  
         o sin pretérito.
Y cuando ven salir a la indicada
ya no se acuerdan
    no olvidan
    ni saben por qué de su impaciencia:
cuando la ven entienden
       que no hay remedio para  
evitarla o  multarla
porque
              detrás de sus espaldas
              ya no hay de qué quejarse.
  

viernes, 13 de abril de 2012

El lugar de la ceguera


La ciudad no es ciudad. Es una
luz del semáforo que se detiene.
//plash   plash   plash
suena el encendedor//. Es el semáforo
de la luz roja. Ya no la ven desde la semana
pasada.    No la reconocen.   Se aferran a los
demás colores   menos a la roja.  Se detienen
coches    desde que el primero   lleno de potros
optó por   dejar el tiempo   en un cinturón de
castidad. Los primeros se detuvieron y
arrojaron a los futuros bebés en un muelle
o vacío de las calles. Los segundos   hechizaron
las paredes   que jamás   crecerán
por la muerte de las antiguas culturas. Y los
terceros se dejan morir antes que cambie
de color el semáforo:
al cabo no lo ven y si lo descubren
se irían a tierra adentro
a reunirse con los demás
que no quieren ver.

//el semáforo tiene vida//
     cantan
      los olvidados de la noche
//el semáforo apunta   y brevemente
    clava un ojo    a los escondidos
   porque es el semáforo   quien nos tortura
                         y sin   
     clerecía    o vértigo   en un fusil sin boca
         amenaza    en convertirnos
en parte   de su rojo sangre//
    cantan   los cadáveres de perros
    cantan   las mentiras inconclusas
    cantan    las banquetas rotas
    cantan    las bolsas de plástico
    cantan    los bosquejos   o las voces
    cantan    los ojos caídos

//el semáforo nos aparta
    aplasta
     el reloj    de la muñeca inferior
tic-tac    dicen los demás
     el semáforo  nos quita el sueño
      y nos encuentra
abandonados  
carcomidos
o mejor aún
   exiliados   de la enfermedad//

La catedral a lo lejos  
con ratas muertas metiéndose
por los huecos de la puerta;
           abundan las palomas
  con olor a azufre
  y esqueletos de gatos
ensangrentados
sin tráqueas   mueren
o se ahogan   todas las noches
   por la lama    o  carbono.
La catedral con las puertas cerradas
    y los ciegos admiran a los santos
            llorando
refugiados en el teísmo porque
de la vida es lo único que tienen de vida
   y los ciegos caminando en charcos
        atropellados
por culpa del semáforo:
     cada cinco segundos
     transcurridos
  hay alguien quien deja de respirar.


//el semáforo mata//
    dicen los ciegos.

jueves, 12 de abril de 2012

La Piedra de Enero






                Allí está. Encuentra un par de hojas y las analiza sin ademanes ni con manos obstruidas. Examina los párrafos y se da cuenta que es parte de todos los nombres. Desde niño, le gusta abrir insectos, y probar las patas de los saltamontes y volátiles. Lee minuciosamente y no se da cuenta de esa luz filtrando ciertos signos de interrogación, como si le suplicaran que fuera más prudente. Le sobra. Derrocha tanto, tanto. Es como una piedra.

                Abre los ojos. Ejes, burbujas y colores fulminantes (verdosos y grisáceos en alguna de las atmósferas) vuelan. Los quiere tocar. No puede: huyen al ver su palma encendida. Los objetos parecen tener voz propia. Ecos, murmullos, gemidos y algunas onomatopeyas suenan. Marejadas del nacimiento de un orbe. Sabe que nace algo porque está oscuro, y abajo germina un destello, transparente, casi invisible. Todo se mueve o sus ojos giran hacia otros rumbos. Todo es mayúscula, frases aglomeradas y sin verbo enclítico. Todo tiene raíz, número y demás significados, desde la palabra Alpeh burbujeada en una esfera tornasol, hasta el último suspiro cristalizado. Es denso, la pesadumbre inmediata se vuelve oro y lo demás se ilumina.

                Allí está. Encuentra un par de hojas y una ventana al frente con un paisaje desértico. Las paredes casi destruidas, el viendo corroído, frío, suelo frío. Entra una persona de ropas oscuras y deja en la mesa una vela. Pedro se le acerca pero no responde. En el quinto llamado se da cuenta de su presencia.
                Qué ha pasado por aquí | No sé qué es lo que realmente quiere saber | Por qué está todo desértico | Todo ha sido así desde que tengo recuerdo | No, exclamaba Pedro, así no estaba desde que tengo recuerdo | Cómo se llama usted | Pedro XXXVII | Qué | Pedro treinta y siete | Ese Pedro vivió hace doscientos años… yo soy Pedro LXV…

                Abre los ojos. Existen máquinas que tragan todo. Las entiende. Las ve como los anteriores ecos, murmullos, gemidos y algunas onomatopeyas. Observa. El calendario indica un 2210. Asustado, busca las hojas y son otros documentos, impresos en letras saltadas del papel como si flotaran: tuvieran vida. Se queda quieto, y al volver a girar hacia el frente, aparece un zumbido, y de nueva cuenta se halla en el mismo lugar, con una piedra en mano y su mente en abanico en el Enero pero doscientos años hacia atrás en donde no es…
A Pedro Paunero

miércoles, 11 de abril de 2012

Una fotografía en la habitación




Miraba hacia afuera y el foco de la otra hilera era lo único que alumbraba la calle. Esperaba y no. No. Normalmente no esperaba, sino evocaba. Evocaba a sus víctimas con su presencia decadente y ruidosa. A él le gustaba parafrasear y contar el número de camisas de gente que peregrinaba. A veces predestinaba a quién le faltaba uno o más botones ya que alguna vez trabajó en una fábrica de parches, y se daba cuenta quién tenía un hueco desabrochado. Ganaba mucho y poco para subsistir, o al menos para comprar un rollo. Antes de ser fotógrafo conseguía sus materiales para que su único cuarto se convirtiera en un estudio. Luego obtuvo una cámara (su abuelo le dejó una, fue un enviado para reportar día a día lo que acontecía en Alemania, durante la Segunda Guerra Mundial) y de ahí cambió su vida.

Acostumbraba sentarse en una banca para que las cosas llegaran a él. Sí. Como usted leyó, le llegaban las cosas porque era un imán y todo se pegaba a su lado. En ocasiones los niños se acercaban con sus gorras florentinas, las mujeres que daban vida in comoedia, los ancianos jugando a zumbar oídos, los centrífugos caballeros (sin saber quiénes eran), los grillos púrpura y perros que se acostaban para sentir las estelas. Por cada persona u objeto sentado —digo, las hojas y libros también lo acompañaban— había una imagen decolorada, protegida en su caja guarda-rostros.

Y evocaba a todos para llenar su habitación. Era invitado para fotografiar matrimonios, pasteles transmutados, semillas exhaustivas, serpientes campesinas y rostros encerrados en el hechizo de la seducción. A él no lo conquistaban (afortunadamente), sin embargo valoraba la naturalidad: las damas —las fuertes—, lo consideraban como un siervo, urbano… un humano con séptimo sentido. Muchos, en escala peyorativa —demasiado ofensivo— lo denominaban gráfico-real. Gráfico porque nadie creía que fuese verdadero: tenía rostro de mentira, polvo... Otros lo consideraban como criatura de miedos, fósforos capciosos y de convencionalismo histórico. Prefirió olvidar el pretérito para concentrarse, lo demás no importa, solamente observaba sin llegar a una conclusión, sin experimentar ni lograr un objetivo. Fotografía por la ausencia de algo, aunque el vacío se desconozca (camino sin quijote, sin hada que pudiera guiarlo a uno de los laberintos, y allí castigarlo: dejar que fotografíe nebulosas, rapsodias y quimeras casi destruidas).
Allá está y todavía sigue como permanencia. Al otro lado hemos perdido las sonrisas, cadáveres y los ojos-espectro. Convencimos a la plata, cataratas y a las fogatas azules. Lo seduje, casi estuvimos respirando en una sola forma, condenados a perdernos entre las paredes. Ventanas rotas —reunidos sus fragmentos con cinta e hilos sujetados—, construimos muñecas degolladas, esferas pintadas de rojo… allí está, sé que hará otra fotografía. Encontró a una niña persiguiendo burbujas mientras todos veían arriba… fingiendo delirio. Todos se dieron cuenta que un avión extranjero venía en son de muerte. Todos se agacharon, cruzaron las callejuelas, y la niña buscaba las bombas de agua. Él captó a esa niña antes de morir. Yo lo capto y vigilo. Miraba hacia afuera y la ciudad era igual.

Veía el fotógrafo a una niña mientras mojaba la imagen para que se reconociera entre las gamas filtradas a calor lento. La niña tenía espuma en sus palmas ilegibles, cortantes, saudades. Esa ilusión era su preferida. Conoció por ese motivo a la maravillosa cortesana. De todas las damas —las fuertes—, con sus encantos y perfumes, esa mujer se quedó en su iris (penetró cada uno de los sentidos, sin dolor —como fotografiaba—, sin recapitulación ni edad). Él sabía que ella vivía a su lado (en el siguiente departamento) pero se desilusionaba porque la desconocía. No sabía de su nombre, pertenencia ni su memoria… Simplemente todo lo que ella era, ¡y nada más! Ella no necesitaba siquiera botones ni caminatas valencianas, solamente su independencia y el andar entre coladeras y pasillos sin que se ensuciara. La siguió como el equinoccio persigue a la Luna para que al menos pudiera atraparla en un desliz fotográfico. Pensó que había logrado admirar el rostro y no: únicamente su sombra.
      Por eso invocaba a las demás víctimas para llenar la oquedad que inconscientemente escondía, y el censurado placer lo intentaba afrontar y no podía: porque me esperaba. Sí, a mí me esperaba, a los demás no. Abrió la ventana y con cubeta en mano, apacible —mano de Midas, todo vuelto en oro— desechó el remolino de retratos que se caían, se asesinaban (renacían). Miraba y sonreía porque las personas de inmediato se acercaron y recopilaron lo que obsequiaba: todos fueron sus víctimas, les concedió sus años de trabajo. Perdida, creciente, quedé sosegada. Al girar hacia atrás me encontró: cómo deseábamos ser nuestra propia fotografía habitada y condenarla para el porvenir.
Noviembre 2009


*Con la promesa de publicarse el libro Borrones, en su espera. 

martes, 10 de abril de 2012

Siglos de los demás siglos (...)



Imaginemos que Dante tiene una bazuca
y piensa usarla entre los anillos
infernales.    Si acaso le atinará
a Edipo   o a Ulises      el fuerte    pero
no los derribará. Lo usará para
abrir ese muro donde estuvieron
los-innombrables-papas
y encontrar a Beatriz-Luz-de-Día. Imaginemos
a Virgilio tapándose los oídos
para evitar   el rugir de la bala.
En una rueda sobre otra
y la mirilla
queda en blanco  
  un (.)  en (medio)
empieza la nueva coordenada
por los siglos de los demás siglos (…)

Bibliografía: 
Ferreyra, Diana (2011), “Lo que debería ser la escopeta” y “Siglos de los demás siglos…”en Trifulca, Abril 2011, No. 9. México, D.F., disponible en http://www.yasni.es/ext.php?url=http%3A%2F%2Fes.scribd.com%2Fdoc%2F53108709%2F16%2FSuspender-la-noche&name=Diana+Milena+Ferreyra&cat=document&showads=1 [Accesado el 14 de marzo de 2012]

lunes, 9 de abril de 2012

La casa sigue de pie


La casa sigue de pie.
                                    El perro aúlla ante el llamado interfaz del zorro.
La casa sigue de pie.
                                     Los baúles petrificados en laberintos (cuchillos en muros).
La casa sigue de pie.
                                     Maravillas en la cocina: la luz destellando números propios.
La casa sigue de pie.
                                     El lugar se ha vuelto un delirio: los apuntes batiendo recuerdos.
La casa sigue de pie.
                                     Alfabeto delineado en la palma.
La casa sigue de pie.
                                     Espirales resueltos ante la voz inmune de las escaleras.
La casa sigue de pie.
                                     Manifiesto agitador | incrédulo aullido (el mío     ante el fuego).
La casa sigue de pie.
                                    Vasijas y restos óxidos   penetrados en los ojos.
La casa sigue de pie.
                                      Una manera de anunciar que alguien muere en su propia crónica.


domingo, 8 de abril de 2012

Esperar



Soy un obeso rascándome el ombligo
eructo (digo fuchi: no me
aguanto)
veo películas artísticas
incluyendo latas de comida
Pop-Art;
Alguna vez fui talla 30;
ahora tengo mis piernas
flácidas   con manteca
incluida.
Me siento frustrado
ya nadie se acuerda de los dinosaurios
ni las calcomanías que brillan
en la oscuridad.
Los niños de ahora se sientan
pero para tragar chips
(seguir en la engorda)
y activar su memoria flash que llevan dentro.
Yo aún guardo el acetato
del primer progresivo
además de los conejitos
psicodélicos
(haciendo algo tabú y no solamente fumar).
Mis riñones ya no funcionan
ni los tenis que uso ya no se fabrican
un gold-is apestoso con problemas
de gases tóxicos
oliendo a axilas de puerco
sin usar rastrillo   
con celulitis de oferta en el mercado…
y sigo rascándome el ombligo
esperando el siglo
de las estrellas    en guerra
con espaditas que chiflan

viernes, 6 de abril de 2012

Antes fue una plaza




            Antes que el semáforo se muriera, la mayoría de las personas visitábamos esa plaza donde nos encontrábamos felizmente. Las columnas estoicas donde los jóvenes rayaban y pegaban el chicle, el coliseo inventado por los mozuelos de teatro, la plaza… la plaza. la música de los años 60’s resonaba, las faldillas amponas, los domésticos acompañados por una familia bien definida, dulces, patines donde se caía la mayoría al no poder definir correctamente la palabra equilibrio; los cuentos, los dinosaurios, el cómo guardar el alimento a través de recipientes prácticos; la ropa floja, los suéteres extensos; las libretas cuadriculares, el jabón, el tomar más de dos litros de agua (y cuando la desperdiciaban, también la misma cantidad); hablar sobre el cuidado del ambiente, la no-televisión; la muerte de los grandes genios; el teatro (otra vez); el comienzo de los maldichos y cacofonías; la desconocida enfermedad que nadie deseaba ser contagiado (y el planteamiento de no tocar al infectado); el vivir en una galaxia lejana, tener mascotas robóticas… todo era ilusión, comas y figuras borrosas.

            Ahora el semáforo está derribado. Las calles rotas. Hubo un terremoto, y la mitad fue dividida para los sobrevivientes. La otra mitad se congeló. Unas criaturas, con alas cosidas en sus espaldas, recogen los rastros de lo que fue anteriormente una planta. Las criaturas reconstruidas cual mecanismo de defensa programado, en modelo 710 de metal antiflamatorio. Las casas en arena. Los cuerpos congelados. Un perro sigue con vida. Recorre sus músculos. Ve a una de las criaturas. Le sonríe. La criatura lo lleva a un lugar desconocido para reunirse con las demás estrellas.
            Así era antes el semáforo: con una plaza que nadie olvidará, ni el tiempo emergida en ella, como si todos quisieran ser distintas épocas.