A Jacobo Timerman
Aquí estoy. Tengo frío. La habitación donde me
encerraron es demasiado pequeña: apenas puedo estirar mis brazos hacia los
costados. No puedo dormir acostado. Mis rodillas me duelen todos los días
porque siempre estoy parado. Me tiemblan por la falta de equilibrio. Duermo de
pie. A veces siento cómo me caminan las hormigas sobre los tobillos, siguen los
muslos y se detienen en mis cojones. Quizá allí no sufren de frío. Sobre el
hirsuto, como campo minado, se esconden y no se mueven durante horas. Algunas
mueren en la travesía; otras, suben a mi pecho, brazos y axilas para detenerse
en mi boca. Todos los días trago, si acaso, una bocanada. Es de los pocos
alimentos que consigo. Cuando se acuerdan de mí, entran a preguntarme que si
quiero comer pan, tomar agua o excretar. Soy muy afortunado: tengo mi propio
pozo. Antes me llevaban a un cuarto donde pisaba mierda mientras buscaba un
lado dónde hacer; como sabrás, algunas veces me sucedían accidentes y más de
una pierna se mojaba de orina. Pero ahora soy afortunado con mi pozo, aunque me
duela inclinarme. Soy muy afortunado. Soy el que posee la celda sin número, tal
vez soy muy especial para que no me registren. La celda aislada. La celda
polvorienta. La celda de todos los silencios. Aún así escucho cuando los
vigilantes llevan a un preso desnudo y lo
hacen repetir frases como «Soy maricón», «Tengo el pito corto», «Mi madre era
la putita de la cárcel» o «Me gusta que me lo metan». Lo más probable es que le
hacen lo último que recita, pues escucho que los pegan hacia la pared y los
gritos se salen por la nariz y boca. Unos ni siquiera pueden sentarse al día
siguiente o no quieren volver a verle los ojos a uno de los hombres que
protegen las celdas. A mí no me toca eso aún, o no me eligen por ser judío —al menos
he escuchado esos rumores a mi favor, pienso —. No tengo castigos de ese nivel:
me dejan en este celda todo el día, parado, dejando que las hormigas sean
devoradas como sacrificio para mí y sentir el recorrer de mi orina en la
entrepierna. Soy muy afortunado, aún así. Aquí estoy. Sigo esperando a mi
visitante: una mosca. El sonido del aleteo me recuerda a Claire de luna de
Debussy. Tiene que llegar mi única visita. Tiene que llegar.
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