jueves, 26 de julio de 2012

Una celda




A Jacobo Timerman
Aquí estoy. Tengo frío. La habitación donde me encerraron es demasiado pequeña: apenas puedo estirar mis brazos hacia los costados. No puedo dormir acostado. Mis rodillas me duelen todos los días porque siempre estoy parado. Me tiemblan por la falta de equilibrio. Duermo de pie. A veces siento cómo me caminan las hormigas sobre los tobillos, siguen los muslos y se detienen en mis cojones. Quizá allí no sufren de frío. Sobre el hirsuto, como campo minado, se esconden y no se mueven durante horas. Algunas mueren en la travesía; otras, suben a mi pecho, brazos y axilas para detenerse en mi boca. Todos los días trago, si acaso, una bocanada. Es de los pocos alimentos que consigo. Cuando se acuerdan de mí, entran a preguntarme que si quiero comer pan, tomar agua o excretar. Soy muy afortunado: tengo mi propio pozo. Antes me llevaban a un cuarto donde pisaba mierda mientras buscaba un lado dónde hacer; como sabrás, algunas veces me sucedían accidentes y más de una pierna se mojaba de orina. Pero ahora soy afortunado con mi pozo, aunque me duela inclinarme. Soy muy afortunado. Soy el que posee la celda sin número, tal vez soy muy especial para que no me registren. La celda aislada. La celda polvorienta. La celda de todos los silencios. Aún así escucho cuando los vigilantes llevan a un preso desnudo y  lo hacen repetir frases como «Soy maricón», «Tengo el pito corto», «Mi madre era la putita de la cárcel» o «Me gusta que me lo metan». Lo más probable es que le hacen lo último que recita, pues escucho que los pegan hacia la pared y los gritos se salen por la nariz y boca. Unos ni siquiera pueden sentarse al día siguiente o no quieren volver a verle los ojos a uno de los hombres que protegen las celdas. A mí no me toca eso aún, o no me eligen por ser judío —al menos he escuchado esos rumores a mi favor, pienso —. No tengo castigos de ese nivel: me dejan en este celda todo el día, parado, dejando que las hormigas sean devoradas como sacrificio para mí y sentir el recorrer de mi orina en la entrepierna. Soy muy afortunado, aún así. Aquí estoy. Sigo esperando a mi visitante: una mosca. El sonido del aleteo me recuerda a Claire de luna de Debussy. Tiene que llegar mi única visita. Tiene que llegar.     

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