Camina conmigo. Intenta no tocarme la mano, pero sé
que te arrepentirás. Empiezo a contarte mi miedo. Empiezo a decirte que temo a
los hombres escorpiones porque sus vergas son gigantescas, capaces de traspasar
la piel. Para que no llore acaricia mi rostro. Sigamos caminando. Sigue tocando
mi mano, es parte del temor mutuo. Observa el entorno. Los grafitis en las
casas. Las personas caminando sin ton ni son como cadáveres construyendo un
nuevo cuerpo. Observa lo que te ofrece mi ciudad. Una calle larga consumiéndose
con los ojos, con el vaho, con los cigarrillos. Inhala. Espira. Di algo, aunque
sea un saludo. Aunque sea una lamentación. Intenta convencerme. Pasar contigo,
junto con las estrellas, la noche. No entiendo tu lenguaje. Para comprenderte
utiliza una frase, no palabras entrecortadas. Toma mi cintura y guíame a otra
calle llamada olvido. Sujétame, como si tuvieras un aguijón donde encajar la
pared. Busca mis labios. Sosténlos. Busca mi cuello. Quítame cada amuleto antes
que la muerte se dé cuenta. Deja que te busque la boca y me trague tu aire, o
el hálito que usas para respirar. Juguetea conmigo. Que sean tus manos los
manipuladores. Que sean tus párpados los que indiquen la mirada. Para que no se
te olvide, sostén tus manos en el secreto. Empieza a buscarlo. Saca tu dedo:
inyéctalo. Piensa que no eres un escorpión, como yo lo sé, como lo sabemos
mutuamente. Cierra los ojos. Si empiezas a sudar concéntrate para que te quedes
así, mientras vigilo el espacio hecho sueño con niebla, con lluvia, con todo lo
que dicen las voces. Imagino que estás leyendo un libro, que te sientas a tomar
café, también te imagino viendo la mar a gotas y la arena llenándote los dedos
de sal. Imagino que has pasado por la soledad, por la degustación, por esas
cosas que temes y no vuelves a creer en el afecto: porque se te olvidó la
niñez, la manera como te columpiabas sobre el viento o como resbalabas en un
camino de hierro. Se te olvidó el gesto tierno y aprendiste que la violencia
empieza con la mirada; luego con la desposición de tus sueños. Esos sueños que
tienen simbología que no los entiendes, ni con los estudios a priori de la
nada. Ni del fundamentalismo. Ni del chovinismo. Sigue inyectando esas cosas
que no puedes decirme. Lo único que nos une. Para mí eres un niño que aún tiene
que crecer, con o sin la soledad. Deja que te vea a los ojos. Ábrelos, sin
pena. Es tiempo de mirarnos, de buscarnos las pupilas. Recuerda que mis ojos
son claros y puedes ver mi miedo a los escorpiones. En este momento sé que no
eres esas cosas que circulan alrededor de nosotros, como pájaros con colmillos.
Sigue viéndome. Obsérvame, no hay ropa que me cubra. En este momento no tengo
miedo tampoco. Ni tú. Siguen las estrellas subiendo y bajando de las nubes sobre
los tejados. Las voces regresan con ganas de gritarnos, pero el entorno es silencio
nada más, como el Universo que nos quiere reunir, como el Universo nos quiere
reunir nuevamente, como el Universo que vuelve. Escúchalo nuevamente, y dime
como tú siempre emites el no te dejes caer, no te sueltes: hazlo sola. Estamos
a punto de separarnos. Para que no nos duela, sigamos con las manos cruzadas.
Una vez como si nada, esconde tu dedo. Sonríe conmigo. Sonríe viéndome. Somos
parecidos, te lo repito a cada instante. Así quédate, besándote. Una vez que
sigamos atados de la mano, poco a poco suéltame. Terminemos de caminar. Hay un
recorrido que nos aleja y las distancias son de aquí a allá. Despídete: es lo
único que falta. Camina solo, ahora te toca el siguiente recorrido. Puedes
quedarte dormido en el suelo, como yo lo haré sola. Mira las estrellas. Esta
vez han brillado para ti y por ti. Los deseos vuelven pero debemos dejarlos:
quizá tengamos otra historia parecida a Ulrica como Borges nos predestinó: como
esto que empieza a borrarse y nadie más lo sabrá.
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