sábado, 16 de junio de 2012

Instrucciones para separarnos


Camina conmigo. Intenta no tocarme la mano, pero sé que te arrepentirás. Empiezo a contarte mi miedo. Empiezo a decirte que temo a los hombres escorpiones porque sus vergas son gigantescas, capaces de traspasar la piel. Para que no llore acaricia mi rostro. Sigamos caminando. Sigue tocando mi mano, es parte del temor mutuo. Observa el entorno. Los grafitis en las casas. Las personas caminando sin ton ni son como cadáveres construyendo un nuevo cuerpo. Observa lo que te ofrece mi ciudad. Una calle larga consumiéndose con los ojos, con el vaho, con los cigarrillos. Inhala. Espira. Di algo, aunque sea un saludo. Aunque sea una lamentación. Intenta convencerme. Pasar contigo, junto con las estrellas, la noche. No entiendo tu lenguaje. Para comprenderte utiliza una frase, no palabras entrecortadas. Toma mi cintura y guíame a otra calle llamada olvido. Sujétame, como si tuvieras un aguijón donde encajar la pared. Busca mis labios. Sosténlos. Busca mi cuello. Quítame cada amuleto antes que la muerte se dé cuenta. Deja que te busque la boca y me trague tu aire, o el hálito que usas para respirar. Juguetea conmigo. Que sean tus manos los manipuladores. Que sean tus párpados los que indiquen la mirada. Para que no se te olvide, sostén tus manos en el secreto. Empieza a buscarlo. Saca tu dedo: inyéctalo. Piensa que no eres un escorpión, como yo lo sé, como lo sabemos mutuamente. Cierra los ojos. Si empiezas a sudar concéntrate para que te quedes así, mientras vigilo el espacio hecho sueño con niebla, con lluvia, con todo lo que dicen las voces. Imagino que estás leyendo un libro, que te sientas a tomar café, también te imagino viendo la mar a gotas y la arena llenándote los dedos de sal. Imagino que has pasado por la soledad, por la degustación, por esas cosas que temes y no vuelves a creer en el afecto: porque se te olvidó la niñez, la manera como te columpiabas sobre el viento o como resbalabas en un camino de hierro. Se te olvidó el gesto tierno y aprendiste que la violencia empieza con la mirada; luego con la desposición de tus sueños. Esos sueños que tienen simbología que no los entiendes, ni con los estudios a priori de la nada. Ni del fundamentalismo. Ni del chovinismo. Sigue inyectando esas cosas que no puedes decirme. Lo único que nos une. Para mí eres un niño que aún tiene que crecer, con o sin la soledad. Deja que te vea a los ojos. Ábrelos, sin pena. Es tiempo de mirarnos, de buscarnos las pupilas. Recuerda que mis ojos son claros y puedes ver mi miedo a los escorpiones. En este momento sé que no eres esas cosas que circulan alrededor de nosotros, como pájaros con colmillos. Sigue viéndome. Obsérvame, no hay ropa que me cubra. En este momento no tengo miedo tampoco. Ni tú. Siguen las estrellas subiendo y bajando de las nubes sobre los tejados. Las voces regresan con ganas de gritarnos, pero el entorno es silencio nada más, como el Universo que nos quiere reunir, como el Universo nos quiere reunir nuevamente, como el Universo que vuelve. Escúchalo nuevamente, y dime como tú siempre emites el no te dejes caer, no te sueltes: hazlo sola. Estamos a punto de separarnos. Para que no nos duela, sigamos con las manos cruzadas. Una vez como si nada, esconde tu dedo. Sonríe conmigo. Sonríe viéndome. Somos parecidos, te lo repito a cada instante. Así quédate, besándote. Una vez que sigamos atados de la mano, poco a poco suéltame. Terminemos de caminar. Hay un recorrido que nos aleja y las distancias son de aquí a allá. Despídete: es lo único que falta. Camina solo, ahora te toca el siguiente recorrido. Puedes quedarte dormido en el suelo, como yo lo haré sola. Mira las estrellas. Esta vez han brillado para ti y por ti. Los deseos vuelven pero debemos dejarlos: quizá tengamos otra historia parecida a Ulrica como Borges nos predestinó: como esto que empieza a borrarse y nadie más lo sabrá.



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