sábado, 31 de marzo de 2012

Llueve



A Cristhian.
Llueve. Algunos corren. Amarillo en el cielo, arriba de las nubes. Negro con rayos ultravioletas. Llueve. Apenas se cubren los músicos. Huyen del agua. Sí, Cris, todos huyen y tú te cubres, como yo. Cae ácido, por supuesto que no. Caen algunas lágrimas, lo sé Dios ya dejó de llorar y nos mastica fuertemente. Pronto nos hará un puerto. Eso ocupamos. Verde, en vez de cristal. Lo sé Cris, no nos quitamos del lugar. Nos mojamos los pies. Qué bien se siente, como si nos cantara alguien, nos esperara alguien a lo lejos, bajo una montaña o un puente. Nos mojamos los pies, Cris, pertenecemos a la lluvia. Qué lástima. No pudimos ser ingenieros. Papá es un genio, pero no lo entendemos. Platica de sus inventos, los antiguos bulbos, la persecución de la luz y la relatividad, las figuras y los voltímetros. No lo entendemos, Cris, no lo entendemos. Estamos huecos. Hablamos de fobias, de las voces pero no de la relatividad. Qué lástima Cris, no somos el orgullo. Una pareja de incrédulos queriendo conocer un viaje en tren. La cantera vocifera. Sigue la lluvia. Sabes si tenemos un plan, no, de seguro no sabes Cris. Tú no sabes nada, como yo. Bien idiotas. Tampoco puedes entender porque no eres mayor, ni yo. No te gusta el café. Podemos aprovechar el momento para descansar. Somos unas estatuas, bajo la lluvia y persiguiendo las sombras humanas. Sólo las sombras. Y los rayos crecen desde las raíces, tiemblan y se precipitan como espíritus kamikazes. Son personas que nunca quisieron nacer, nos dijo alguna vez papá, recuerdas, verdad, Cris, recuerdas las pláticas de papá. De mamá ni se diga. Nunca la supimos valorar y los dos juntos ahora. Caminamos, sigue la lluvia, siguen las palomas con las alas entrelazadas, siguen las escaleras en su lugar, como siempre, aburriéndose de los pisotones cotidianos y siguen los caracoles secos, mientras nosotros caminamos. Nada extraño. Traspasamos las paredes, de cantera invisible. Los talones sin gramos, los tobillos ligeros. Cris, somos delgados desde hace años. Apenas la lluvia. Otros días calienta el sol. Hoy no lo logra ni siquiera con el pestañeo. Qué bien se siente tener el cuerpo sin las cuerdas vocales. Al principio se nos atoró el espíritu pero luego de quedarnos mudos, contemplamos el cielo. Y alguien nos tocaba la nuca. Se sentía tibio, la punta de los dedos acariciándonos. Primero tibio, caliente y frío al final. Eso de perder la voz nos quitó muchas cosas de encima. Menos el calor. Mudos, pero felices. Caminamos aún bajo la lluvia. Los pies se nos congelan. El agua crece. La cantera huele a humedad. Al principio, de rosa, ahora está oscurecida. Las casas se inundan. Empiezan a sacar las balsas de papel. Sí, Cris, deberíamos hacer lo mismo. Se suben los niños y gorgorean. Las madres se enfadan y les dan sus manotazos, pero los traspasan. Como si los intestinos funcionaran. Pobres sucios. La ropa se moja y caen los tendederos. Las nubes bajan lentamente, como si aspiraran todo lo que tocan. Recorren con sus bocas el piso, el cemento y lo devoran. Muerden con los labios. Cada vez que comíamos una fruta inmadura se nos irritaban los labios y mamá nos los aliviaba con sábila. Ellos no saben de remedios caseros. Entremos por un café, Cris. Mira que ahora es un residuo. En medio se ponían los hombres a embriagarse y gritar. Destrucción masiva, pausadamente. El agua succiona las sillas, las mesas, los candelabros. Los convierte en gotas. A ti te gusta la madera roída, Cris. No te quejes de la gravedad del sonido. Las cosas se ahogan, escupen la saliva de sobra y vuelven a tragar. También las personas se ahogan. Sacan la cabeza, escupen pero se petrifican por las anguilas invisibles. Eso ocurre por no pagar la luz a tiempo. Sigue lloviendo. Un tambor en medio suena a medias. De luto. Un niño que nunca creció sigue tocando el tambor. Escurren cabellos sueltos de personas ajenas. Mira, Cris, aquí tienes mucho cabello: puedes recuperar el perdido. Mira, nos podemos reflejar. Nos reconocemos, pero tu sonrisa sigue siendo la misma Cris. Solamente no te acerques tanto que nuestra voz puede regresar. Digo, Cris, es en vano que durante años de lluvia intentemos renacer. Mucho muerto por aquí ni siquiera sabe cantar. Espera, Cris, aparece el sol. Podemos secar nuestra ropa después de la tormenta. Acércate a los rayos del sol. El agua se evapora y los pasillos pasan ríos y ríos de sal y ratillas infladas de tanta ceniza. Seguimos caminando. Por qué no vamos a ver el lago. A ese lugar faltó ir. Es verano, hace buen tiempo. Quizá nuestros papás nos puedan acompañar. Ojalá y estando pálidos, todavía nos reconozcan.         

Ferreyra Diana (2011) "Llueve" en Arroyo Hidalgo, Elena, Arroyo Hidalgo Guadalupe y Arroyo-Furphy Susana, Verano, Serial de Estaciones. Benma Editores, México, D.F. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario